La risa, ¿remedio infalible para un mundo de matones?

En este ambiente de separación, confrontación, sectarismo y violencia en que vivimos, florece el matoneo (bullying). Las estadísticas muestran que en los Estados Unidos al menos un 70 por ciento de los niños han presenciado ese tipo de acoso en las escuelas y un 30 por ciento han sido víctimas, un número similar al reportado por el DANE en Colombia. En España el porcentaje es de solo 10 por ciento con variaciones por región. En Noruega se reporta un 13 por ciento. Pero este matoneo no se limita a la escuela. Se presenta en el trabajo, en la familia y últimamente en Internet.
El bullying es un acto de crueldad intencional para dominar a otro. Solo hasta el año 2014 el Centro de control de enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) definió oficialmente el bullying para el propósito de la investigación y el seguimiento de casos. El bullying se caracteriza por una conducta agresiva repetitiva y un desequilibrio de poder. Existe bullying directo e indirecto y se le divide en cuatro categorías: físico, verbal, relacional (como esfuerzos por dañar la reputación o relaciones del otro) y daño a la propiedad de la víctima. Con el mayor uso de los aparatos digitales, el ciberbullying se ha generalizado. Este ofrece la ventaja del anonimato para quien lo inicia y es difícil de detectar por parte de los padres y los maestros.
Las víctimas de bullying consideran el suicidio con una frecuencia de dos a nueve veces mayor que otros niños, según un estudio de la universidad de Yale.
Las consecuencias del bullying pueden ser devastadoras para un joven. En octubre del 2012, Amanda Michelle Todd, una quinceañera canadiense se suicidó después de producir un video donde compartía su desolación como víctima del ciberbullying. Fue un campanazo de alerta para el mundo entero que empezó a poner más atención.
Sin embargo, ¿dónde están los controles, las reformas, las leyes o el debate público sobre el tema? ¿Dónde está la consciencia pública que nos levanta colectivamente contra esta forma de abuso? Aunque somos más conscientes de que el problema existe, aunque se han propuesto soluciones, aunque se han emitido nuevas leyes, aún no se logra cambiar la cultura que favorece estas conductas.
No es un buen precedente que en los Estados Unidos se haya elegido presidente a un candidato que se ha caracterizado por estimular el prejuicio, la discriminación y la violencia durante sus campañas y presidencia con la aquiescencia de los medios de comunicación. Sus bravatas continuan siendo miedosas y frecuentes hasta el punto de queremos evadir las noticias y los análisis políticos de los medios, que nos dejan exhaustos, y preferimos escuchar a los comediantes que hacen circo con este personaje, con la ilusión de estar utilizando una forma menos estresante de enterarnos (pero sin el corazón apretado y los ojos llorosos) del manejo que se da a la problemática nacional e internacional.
El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, consideraba el chiste una actividad lingüística del inconsciente[1]. El chiste por lo regular convierte a su sujeto en blanco sobre el que liberamos agresividad contenida. No nos digamos mentiras, el chiste, la comedia, constituyen con frecuencia otra herramienta de matoneo y aunque en ocasiones cumplan con la función de denunciar o de liberar tensión, no tienen una finalidad constructiva, no generan cambio. Los comediantes nos hacen reír a costa de aquella persona o tirano a los que se pintan como malos, ridículos o inapropiados. Y nosotros nos reímos en grupo y nos sentimos aliviados y no solo aceptamos este otro tipo de matoneo, sino que lo condonamos ¡incluso cuando se usa como crítica de los métodos de un matón! Algunos comediantes juegan un papel social de denuncia y crítica, pero a la vez corren el peligro de trivializar asuntos muy serios. El público se identifica con el comediante, y la risa permite liberar la tensión de nuestro propio enojo y canalizar agresividad; el chiste tiene pues también una función catártica. Lo triste es cuando la crítica, el juicio, la denuncia que hay detrás de los monólogos del showman, no se transforman en acción en busca de soluciones. Aunque puedan contribuir a crear consciencia, ayudan a perpetuar el statu quo. Alimentan el cinismo y la desesperanza cuando el mundo lo que más necesita es un optimismo (o un posibilismo, como diría la investigadora y autora Francesa Moore Lappé) que conlleve a la certeza de que conocemos las soluciones, de que éstas son posibles y todos podemos contribuir a ponerlas en acción.
Desafortunadamente, este mundo en el que vivimos adopta el bullying a todo nivel como un mecanismo protector, perpetuador de la cultura predominante. Las consecuencias del aislamiento, ridiculización y otras formas de acoso emocional, verbal y físico que caracterizan al llamado bullying, causan sufrimiento a las víctimas. Nada más opuesto a la creación de una cultura solidaria y al florecimiento de la compasión y el amor que una cultura que fomente el odio y el desprecio. La existencia del matoneo desde el nivel de la escuela primaria hasta el del presidente del país que se considera el más poderoso del mundo, son un síntoma de los males que padece la humanidad. Entonces, el bullying se extiende desde el nivel individual hasta las relaciones internacionales y se valida con la, aparentemente inocua, charada. Pero el mal que nos afecta no se va a curar a punta de risa. Un elemento positivo del chiste sería su potencial para generar vergüenza y cambiar el comportamiento, pero esto solo sucede en una persona que tenga consciencia de sí. Por otra parte, vale la pena preguntarse si en la medida en que los procederes que antes generaban vergüenza se vuelven comunes y aceptables y hasta graciosos (el comportamiento de un borracho en público, por ejemplo, o incluso la interpretación jocosa de una figura como la del presidente de los Estados Unidos en shows como Saturday Night Live[2]), esto permite, promueve o incluso incita a la imitación de esas conductas y en vez de tener una función crítica, la burla contribuye a la trivialización de un asunto muy serio.
[1] “El chiste es un juicio juguetón”, decía Ernst Kuno Berthold Fischer, filósofo, historiador y crítico del siglo XIX en quien basó Freud su trabajo de investigación sobre el tema.
[2] El actor Alex Baldwin se ha preguntado acertadamente si su impresión de Donald Trump hizo al presidente simpático para un público que debiera más bien ser crítico de sus acciones.
